miércoles, 14 de agosto de 2013

De amarillo y Borges

[Esta reseña, aparecida en el último número de la Revista Turia, reproduce las palabras que dije con motivo de la presentación del libro en la Plaza Nueva durante la calurosa feria del libro de Sevilla de 2012, con Ignacio Garmendia y Rafael Organvídez]


Luis Alberto de Cuenca, Palabras con Alas
Sevilla 2012, Inklings de Siltolá.

Porque en Literatura lo mejor es descubrir las cartas desde el principio lo diré a la manera de Borges: la obra de Luis Alberto de Cuenca me fue revelada una mañana triunfante de septiembre hace ya casi veinte años en la Plaza Nueva de Sevilla, cuando adquirí en la caseta de Renacimiento “La Caja de Plata”. Era aquella caja el arca de una nueva alianza para la poesía en español, pues todo el apolillado fondo de armario culturalista, construido con referencias eruditas y pesadas, cobraba, de repente, aire, vida, espíritu. No desaparecía, antes al contrario, la intrínseca belleza de los nombres propios, la sonora resonancia del  mito, pero soplaba en los poemas “La brisa de la calle”, como se titulaba una de sus secciones. Una brisa sobre las que batían sus alas las palabras, bajo los altos árboles espléndidos de aquella plaza a la que un jovencísimo Borges se asomaba diariamente cuando vivió en Sevilla y empezaba a comprender lo que yo he aprendido en todos los libros de Luis Alberto, que la Literatura no es sino una forma de la felicidad, una felicidad que agita con su élan el espíritu hasta convertirse en la brisa de la Literatura.


Porque Luis Alberto de Cuenca, como todos los grandes creadores, es un propagador y un multiplicador de la belleza. No hay una sola de sus páginas que no abra generosamente un camino de Oz hecho de soñadas baldosas amarillas hacia otros espacios de la imaginación. Como todos los poetas verdaderos, Luis Alberto ha desarrollado una inagotable labor ensayística y crítica que, unida a su condición de sabio y de filólogo (palabras que en su caso son sinónimas), nos ha regalado páginas espléndidas.
Podríamos comparar sus colecciones de artículos, de las que estas “Palabras con alas” son la penúltima entrega, con un mercado persa donde uno se extraviaría de prodigio en prodigio, pero en el que, sin embargo, es imposible perderse, pues su prosa alada, sin solipsismos o metafísicas, siempre nos conduce, como un mapa perfecto, al cofre del tesoro.
En algún lugar de la obra de Borges se lee: “Novalis, memorablemente ha observado: «Nada más poético que las mutaciones y las mezclas heterogéneas», esa peculiar atracción de lo misceláneo es la de ciertos libros famosos”. Esa es la atracción que ejercen títulos recopilatorios como “Etcétera”, “Bazar”, “Álbum de lecturas” o “Libros contra el aburrimiento”, que son algunas de las calles y plazas del zoco de Luis Alberto.
Y este es el encanto de estas “Palabras con Alas”, que se leen como un delicioso cóctel servido sobre el grial de la Literatura: la pasión bibliográfica de Alfonso el Magnánimo, la Jolly Roger de los Piratas, los tebeos (un vector ineludible para entender su obra poética), los pintores prerrafaelitas, la emperatriz Teodora asomada siempre al Hipódromo de Bizancio, los inmortales: Montaigne,  Kipling, Catulo, Calímaco de Cirene, Aulio Gelio, Galdós, Hölderlin y, sobre ellos, además del Borges de Bioy, Juan Eduardo Cirlot y Ezra Pound,  a quien  llama nuestro Homero en el que me parece el texto de más emoción y fuerza.
Es posible clasificar a los poetas en dos categorías, la de quienes han asumido la lección de Pound, el Mayor Hacedor, y la de quienes escriben al margen de su lección. Luis Alberto indudablemente pertenece a los primeros, pues todo que él dice sobre Ezra en su ensayo es trasladable, en la poesía en español, al propio Luis Alberto, a quien en otra ocasión he llamado, por la misma razón, nuestro Catulo, nuestro Propercio.
La enumeración anterior no se detiene, sino que se extiende hasta nuestros contemporáneos más clásicos, como Antonio Colinas y sus “Tratados de Armonía” o la nueva poesía de Karmelo Iribarren, y podría tener algo de caótica, es decir, de borgiana, si no fuera porque en las afinidades electivas de Luis Alberto apreciamos una dispersa unidad, como un mosaico que, visto de lejos, nos devolviera el inconfundible retrato de su pasión literaria.
“Los Retratos” es precisamente el título de su primer libro de poemas al frente del que inscribía esta cita de Pound: “Cassandra, your eyes are like tigers with no word written in them.
Como fiel seguidor de aquel sabio del Renacimiento que cada noche vestía sus mejores ropajes para hablar con Platón, Luis Alberto nos lleva, sin cambiar nunca la amabilidad de su discurso, a un diálogo directo con estos escritores, bajo el amparo de las alas de Mercurio, protector de los cruces de caminos y señor de los alquimistas. Porque fue la revista Mercurio de la Fundación Lara quien acogió inicialmente estos treinta y seis textos que, agrupados en esta bella edición de la colección Inklings de la Isla de Siltolá, bajo una intensa portada de color amarillo, adquieren la unidad del “trabajo gustoso” juanramoniano.
Si en el oscuro noviembre la misma editorial nos entregaba la antología “En la Cama con La Muerte”, una selección de los poemas más tétricos de Luis Alberto, ilustrada con fotografías de tumbas y cementerios por Marcela Lieblich y Miguel Fernández-Pacheco,  revestida de un fúnebre lila o violeta. Ahora, al arrullo de la primavera, trae Siltolá el deslumbrante amarillo de esta edición, porque el amarillo no es solo el color aciago y funesto con el que Moliere entregó el espíritu en la representación de “El Enfermo Imaginario”, amarillas son las baldosas que conducen al reino mágico de Oz, por el Cristal Amarillo accedió Juan Ramón Jiménez al fulgor de la palabra, y amarillo también es, como ningún borgiano ignora, el último color que vio el maestro: “ahora solo me quedan/ la vaga luz, la inextricable sombra/ y el oro del princio/ Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores del mito y de la épica.”

Tigres de los ojos de Casandra, poniente morado de la tarde, fulgor del mes de mayo en la que salieron envueltas en amarillo estas homéricas “Palabras con Alas” que, como aquellos canarios a los que quitaban los ojos para que cantaran mejor según explica Alberto Sabino al referirse a la ceguera del autor de la Ilíada, Luis Alberto de Cuenca puso a revolotear esta primavera durante la feria del libro sobre la borgiana Plaza Nueva de Sevilla.


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