sábado, 14 de marzo de 2015

El terremoto de Lisboa (II)

El otro día se decía...


Agachado junto a la reja, mientras lanzaba piedrecitas contra el ventanuco de María, podía escuchar al coro de mujeres que trajinaban cerca del pozo:

-Pues ha pintado su nombre en la barca.
-Y tú qué sabrás, si no bajas nunca a la playa.
-Yo solo sé que esa mosquita muerta lleva ya tres días encerrada y que aquí faltan manos para tanta faena.
-Pero el ama dice que está enferma.
-¿Enferma? ¡Ja! La única enfermedad que tiene esa tonta es haber mordido el anzuelo.
-Como se entere su padre la mata.
-¿Y cómo no se va a haber enterado, si todo lo que aquí se dispensa lo lleva la brisa a Villamanrique en un decir "Jesús"?
-¿Sabéis que el padre de María y el padre de Rodrigo se acuchillaron hace veinte años en la almadraba de Torre Higuera?
-Niña, ¿y a ti quién te cuenta esas cosas?
-Es que esta también anda en tratos con el guardián.
Todas rieron, el guardián de la finca, medio ciego y sordo, rondaba ya los setenta años, todos los días se sentaba a dormitar en la puerta trasera del palacio, junto a su perro, casi tan viejo como él, como una parte más y no la menos importante del encalado y desgastado blasón de los Sidonia
-¡Pero qué jaleo es este!– La guardesa irrumpió en mitad de la faena, atraída por las sonoras carcajadas que a través de los pasillos y bóvedas habían resonado en las habitaciones de los señores, donde dirigía las labores de  guardarropía.
-¡Mirad que os quedáis mañana sin fiesta! Venga sacad agua ya de una vez.
Pero ni aún así cesaron las risas, el joven Rodrigo que se había apartado prudentemente del muro hacia las plantas más altas del huerto, veía a las muchachas a través de la tupida red púrpura de las últimas buganvillas del año, como un siglo y medio después hubiera podido ver Proust a las muchachas en flor en el balneario de Balbec.  
Un grito sordo y el unísono estallido de un cántaro rompieron la felicidad de la mañana.
-¿Qué te pasa Lucía? Estás temblando.
-¡No hay agua en el pozo, madre! Yo lo he visto, se ha ido a lo hondo. ¡Es como si la hubiera sorbido el diablo!
Sorolla, "Alberca del Alcázar"



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