lunes, 15 de junio de 2015

El terremoto de Lisboa (V)

CAP. IV
http://lacolumnatoscana.blogspot.com.es/2015/06/el-terremoto-de-lisboa-iv.html

CAP. III
http://lacolumnatoscana.blogspot.com.es/2015/05/el-terremoto-de-lisboa-iii.html

CAP. II
http://lacolumnatoscana.blogspot.com.es/2015/03/el-terremoto-de-lisboa-ii.html

CAP.I
http://lacolumnatoscana.blogspot.com.es/2015/03/el-terremoto-de-lisboa-i.html


La luz rojiza del amanecer, húmeda y deshilachada, los acechaba por la espalda, caminaban aún bajo las sombras, hacia el soto de acebuches donde él había dejado atadas las mulas; lo bastante lejos del palacio como para no alertar a nadie con sus relinchos. Ella, como él le había rogado, apenas había preparado un pequeño fardo con sus cosas que ahora Rodrigo acarreaba con miedo y delicadeza. Nadie la había visto salir a través de las cancelas y galerías. Ambos habían sentido cómo el corazón les palpitaba cada vez más fuerte, casi a punto de estallar, hasta que por fin se reunieron en el lugar convenido, junto al viejo crucero en ruinas y bajo la inmensa noche estrellada. Las lechuzas ululaban en el olivar, espectrales y remotas. Estaba cayendo el rocío  y de la tierra subía, sobre la vocinglería de las aves nocturnas, una intensa mezcla de olores -el pasto mojado, el romero, el cantueso, el mirto, la jara- que el alambique incierto del horizonte, traspasado por la brisa salobre y marina del océano, iba destilando solo para ellos, únicos habitantes del planeta.
Las bestias estaban inquietas, un vaho intermitente salía de los ollares palpitantes, igual que el fuego de las fauces de los dragones que hacían las veces del diablo en los azulejos de la capilla, y les costó mucho acomodar las alforjas.  Puesto ya el pie en los estribos, vieron pasar una piara de jabalíes que corría asustada en dirección a las marismas y temieron que las mulas se desbocaran, pero no pasó nada, antes, al contrario, tras su paso se hizo un silencio hondo y unánime, pero que apenas duró un segundo. El día crecía tras ellos y como una flecha vieron surcar el cielo a una multitudinaria bandada de gansos silvestres que poblaron la mañana de estridentes graznidos, aunque el ímpetu y majestad de su vuelo era solemne como el paisaje.
Rodrigo, arreó a los animales y añadió levantando la vista:

- Vienen del norte. Huyen del frío, como nosotros.

[Continuará...]

Olivos, Van Gogh

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