martes, 10 de noviembre de 2015

Ínclitas razas ubérrimas (VII)

Capítulo VI: aquí
Capitulo V: aquí
Capítulo IV: aquí
Capítulo III: aquí
Capítulo II: aquí. 
Capítulo I: aquí.

Con un gesto sencillo me invitó a tomar asiento junto a ella en la cama al tiempo que dejaba de prestar atención al trasiego de gentes que todavía a esa hora arribaban al hotel. Por alguna oculta razón ahora respiraba aliviada. Bajo la bóveda estucada de la alcoba, que remedaba las fantasías mudéjares del Alcázar de Sevilla, me contó su historia desde el principio. Hipnotizado por aquella voz cadenciosa perdí otra vez el sentido del tiempo. Imagino que en algún momento ella debió añadir algún narcótico a mi bebida, aunque no hubiera sido imprescindible para sus propósitos, pues yo no hubiera podido oponer nunca resistencia a aquellos ojos fijos que lentamente escrutaban mi alma como una nueva Sherezade:
“Cundinamarca o provincia del cóndor, es la inmensa y fértil región que se extiende a los pies de las últimas estribaciones al norte de la gran cordillera de los Andes. Es una provincia indómita y rebelde. La tierra de los Muiscas. Nunca inclinó la cerviz, ni ante los españoles, bajo cuyo codicia supimos ocultar nuestros inmensos tesoros y nuestras costumbres ancestrales; ni ante las huestes mercenarias y sangrientas de Bolívar, quien hubo de aceptar, a pesar del cruento asedio con el que castigó a nuestra capital Bacatá –la ciudad que ustedes ignominiosamente habían renombrado tres siglos antes como Santafé- que nuestra nación dirigiera la construcción de una nueva confederación panamericana: la Gran Colombia. Centenares de guerreros chibchas,  con los poderes conferidos por el oro sagrado, aseguraron para sí el honor y el deber de esta restauración en Boyacá regando con su sangre el campo de batalla. Pero no tardó mucho nuestra estirpe en ser  traicionada por las oligarquías criollas, más devastadoras para mi pueblo que la avaricia de los españoles. No tardaré en decirlo más, mi nombre vernáculo es Aquiminza y soy heredera por línea matriarcal del último Zipa legítimo, el venerable Tisquesusa, aquel a quienes sus sacerdotes habían profetizado la muerte ahogado en su propia sangre a manos de unos extranjeros venidos de tierras lejanas. Tisquesusa, el último emperador chibcha, que aún cubrió su cuerpo venerable con un velo de polvo de oro en la laguna sagrada de Guatavita. Tisquesusa, dueño y señor de El Dorado.”


La "Balsa Muisca" y El Dorado, Museo del Oro de Bogotá.

Sevilla, 1929: Plano de la Exposición



Sansón y Dalila: Bacanal. Gustavo Dudamel y la Orquesta Sinfónica de Berlín.
 


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