Imperial y eclesiástica, Sevilla, fundida con su máscara, no celebra el carnaval.
Turbia, sensual y beata como el Tenorio, duende preclaro de la ciudad,
no ha de extrañarnos que Zorrilla, que ha cumplido esta semana
doscientos años, ubique su fantasmagoría sevillana en una interminable
noche de carnestolendas.
"Las fiestas de carnaval,
al hombre más principal
permiten, sin deshonor
de su linaje, servirse
de un antifaz, y bajo él,
¿quién sabe, hasta descubrirse,
de qué carne es el pastel?"
al hombre más principal
permiten, sin deshonor
de su linaje, servirse
de un antifaz, y bajo él,
¿quién sabe, hasta descubrirse,
de qué carne es el pastel?"
Cuando Lorca dice en el "Poema de la Saeta" que Sevilla une lo amargo
de Don Juan y lo perfecto de Dionisio o cuando Gil de Biedma afirmaba
que esta ciudad le resultaba más exótica que Manila, acaso se referían a
esta fusión de su espíritu con un profundo antifaz.
Ved si no esos rostros que nos asaltan por la calle, niñas y mujeres como vírgenes de Murillo y señores cuya efigie conocemos por los cuadros de Velázquez.
Sí, el sevillano sólo se quita la máscara durante la Semana Santa cuando la ciudad es un festival sagrado, wagneriano casi.
Ocultándose desvela su ser atormentado y carnal, hecho del incienso de doña Inés y la negra máscara de Don Juan.
No, no es esta una ciudad de dagas florentinas como en alguna ocasión parece, sino una ciudad embozada en sí misma porque no necesita más.
Ved si no esos rostros que nos asaltan por la calle, niñas y mujeres como vírgenes de Murillo y señores cuya efigie conocemos por los cuadros de Velázquez.
Sí, el sevillano sólo se quita la máscara durante la Semana Santa cuando la ciudad es un festival sagrado, wagneriano casi.
Ocultándose desvela su ser atormentado y carnal, hecho del incienso de doña Inés y la negra máscara de Don Juan.
No, no es esta una ciudad de dagas florentinas como en alguna ocasión parece, sino una ciudad embozada en sí misma porque no necesita más.
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