martes, 18 de abril de 2017

Martes Santo

No fumo tabaco, ni siquiera ¡ay! el tabaco azul, antiguo, plúmbeo con su atlántica nube ultramarina de torrefacta intensidad. Soy en cambio un fiel adicto del principio cartesiano que rige con su tortuosa geometría la carrera contra el tiempo en que la ciudad deviene esta semana: incienso, luego existo. Sigo, en esta tarde verde de la Candelaria, en las altas palmeras de los muros del Alcázar de Cristo o en las temblorosas gitanillas de Santa Cruz, la senda inextricable de dos sierpes enlazadas. Como largas vaharadas de verde marihuana el incienso se enrosca al son irisado de los clarinetes que como cigarros puros entonan su lánguida habanera de melancolía. María, en su alto trono de rítmica pureza luminosa aplasta con el dulce nombre de sus ojos a estos largos ofidios de ensueño y perspectiva. Narcotizado, me sumo en un profundo éxtasis en que tililan los astros interiores como otra serpiente de luciérnagas dormidas. Aspiramos el humo y queremos morir de amor ante tanta María.

María de la buena.



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